En un reciente Congreso Internacional sobre trampeo celebrado en Madrid he podido darme cuenta de que en España ya no hay alimañas. Han desaparecido. En tres días de congreso nadie pronunció este nombre que hemos venido usado hasta hace bien poco.
Las alimañas se llamarán para siempre predadores, y los alimañeros son especialistas en control de predadores. ¡La leche! Eso sí, todo es políticamente correcto. No queremos incomodar a nadie. Y los cazadores, como otros colectivos, queremos ganar la batalla ante la opinión pública. Para eso, ni una meada fuera del tiesto, ni un gesto que nos anude al pasado. Ni una reminiscencia a siglos de quitar alimañas, de erradicar lobos que competían con los hombres por el pan y la sal, por los ganados, en los tiempos del hambre.
No hay mayor injusticia que la de juzgar el pasado con las circunstancias de los tiempos presentes. No hay mayor iniquidad, ni mayor sinrazón, que pretender condenar al alimañero de principios de siglo sin comprender que se trataba del lobo o la chiquillería, de los zorros o los conejos que daban de comer a la familia. Todo en una España, marcadamente rural y campesina, en donde no existían caminos, en donde las Batuecas era una especie de isla en medio de un mar de monte, en donde los habitantes del Hoyo de Mestanza eran una especie de robinsones de la sierra en la que sobrevivían «a fuerza de golpes, fuertes, y a fuerza de sol, bruñidos».
El caso es que hoy hemos desarrollado técnicas de control de predadores casi selectivas, casi indoloras para el animal. Los lazos de hoy no cogen más que zorros. Las jaulas para urracas, únicamente córvidos, que tanto daño hacen a todas las especies de aves. Y claro, no queremos que la sociedad nos coloque al lado de ese cazador brutal, sin clientes en muchos casos, hosco, y analfabeto, que históricamente cazó a los lobos para que los ganados paciesen: el alimañero. El cazador, entonces como ahora, cumplió una función social impagable, cobrando de las administraciones por cada piel de lobo, de oso o de zorro. El alimañero fue un instrumento al servicio de la sociedad. Así es como hay que recordarlo. Hoy, el especialista en control de predadores debe ser igualmente un colaborador activo en la conservación del medio y en la gestión de los cotos.
Actualmente, algunos grupos ecologistas siguen negando la verdad de la necesidad de controlar los predadores en nuestros campos, y si por ellos fuera los zorros y las urracas deberían campar a sus anchas por nuestros cotos. Se muestran partidarios de la no intervención. Sin embargo, actualmente, el control de predadores es imprescindible, necesario para la conservación y para la gestión de la caza.
El Ministerio de Medio Ambiente ya lo ha comprendido y anda controlando zorros y otros predadores en la cornisa cantábrica para permitirle respirar al urogallo. Hay quien no quiere darse cuenta de que ratas, urracas, córvidos, zorros y otros especies, no sólo predan sobre los nidos de perdiz, o las crías de conejo, sino sobre las huevadas de gangas, ortegas, avutardas, cernícalos, alcaravanes, etc. En ecosistemas como el balear o canario, mucho más sensibles y en los que se han introducido especies predadoras, el control se hace mucho más necesario.
Nuestras especies protegidas sufren las consecuencias de una descontrolada y errática política de control de predadores en la que hasta ahora han primado las trabas administrativas, y la imposibilidad práctica de realizar un control adecuado. El Ministerio de Medio Ambiente ha anunciado que está desarrollando una estrategia para el control de depredadores. No puedo dejar de alegrarme, porque parece que empiezan a darse cuenta de la importancia de esta cuestión. Sin embargo, mucho me temo que hasta que se desarrolle esta estrategia pasarán muchos años, y muchos más hasta que se lleve a cabo por las comunidades con competencia en materia de caza. Además, ahí estarán los grupos ecologistas radicales para torpedear cualquier actuación en la materia, haciendo de todo punto imposible el control de predadores. Ya veremos.