«Paréceme, Sancho, que no hay refrán que no sea verdadero, porque todos son sentencias sacadas de la mesma experiencia, madre de todas las ciencias…». Cervantes Saavedra, Miguel. El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de La Mancha I, Capítulo XXI.
Mil y pico refranes de caza es el libro que han presentado recientemente Eduardo Coca y Antonio Carcía Ceva, de la Federación Madrileña de Caza. Me confieso parcial pues soy amigo personal del autor. «Hombre refranero, hombre puñetero…» dice el refrán, pero la verdad es que la caza está necesitada de este tipo de libros y de más Eduardos que hacen de la cultura un baluarte más desde que el defender la caza. Ya lo dije cuando publiqué Don Quijote, gran madrugador y amigo de la caza; la venatoria no sólo es economía, conservación u otras muchas cosas.
Es también, y sobre todo, cultura. Por eso precisamente el libro de Eduardo y el apoyo de la Federación Madrileña, Mutuasport y Río me parece miel sobre hojuelas. ¡Cuánto cabe!, como diría Patxi Andión; ¡cabalito!, ¡no cabe mejoría!, ¡como agua de mayo!
Eduardo, premio Jaime de Foxá del Real Club de Monteros (2003), es uno los personajes más cultos que junta letras en esto de la caza. Con esta obra ha hecho un esfuerzo enorme, aunque yo como lector hubiera agradecido menos páginas y un volumen más liviano. Y eso por poner alguna pega al guiso, algún pero o falta al plato, ahora que están de moda los programas de cocina.
De la importancia de los refranes se hace eco Cervantes que por boca de Sancho los ensarta uno tras otro hasta el punto de incordiar a Don Quijote. Sin embargo, el más universal de nuestros escritores reconoce su valía y que son sentencias, máximas de la experiencia. Yo añado que son pedazos de nuestra cultura popular, parte de la tradición oral. Muchos de los refranes que aparecen en el Quijote siguen diciéndose hoy. Otros muchos ya no se usan o no se entienden porque se refieren a trabajos o usos que desaparecieron.
Gonzalo Torrente Ballester, en su prologo a un recopilatorio de refranes en 1994 publicado por Luis Junceda, se refería a los refranes como «la filosofía práctica, elaborada por el pueblo español a lo largo de los siglos». Incluso existe la Paremilogía, que los estudia con intención científica. En palabras de Delibes, «el pueblo es el verdadero dueño de la lengua». En Diario de un emigrante y Diario de un cazador sus personajes, gente del pueblo llano, echan mano de los refranes.
Cuando vayas de palomas, echa pan aunque no comas; en San Antón, la perdiz con el perdigón; el azor en el palo y el halcón en la mano; al cazador leña y al leñador caza… son sólo algunos de los refranes de los que echamos mano habitualmente en esta afición.
Las generaciones actuales desdeñan los refranes. Incluso a quienes los usamos. También los mesmos nuestros asocian el refrán o el dicho popular al palurdo o paleto. Qué le vamos a hacer. Seguramente por desconocimiento, seguramente por pensar que son una reliquia rancia del pasado. Vade retro. Nada más lejos de la realidad. Cada refrán es un tesoro. Una especie en extinción a proteger y conservar. Debería haber un Ministerio o una Dirección General ocupada de conservar toda esta riqueza, toda esta sabiduría popular milenaria, llana, gráfica y maravillosa que llegó a nuestros abuelos por boca de los suyos.
Especialmente en una sociedad urbana y una cultura que, de la mano de la globalización, amenaza con devorar y despedazar los retazos de la España vacía (Sergio del Castillo). En un país en el que más de la mitad de la población vive ya en grandes ciudades, los refranes forman parte de un paisaje a conservar y a preservar para las generaciones venideras. Los dogmas de la cultura urbana, ajena al hombre refranero que representa Sancho, borrarían los mojones de la rica herencia popular sin este tipo de hitos editoriales como el libro de Mil y pico refranes. Por eso y por ser como los irreductibles galos que resisten al invasor (Goscini), mi más sincera enhorabuena.