El cielo del cazador: homenaje a Miguel Delibes

Enviado por Santiago Ballesteros el Dom, 12/03/2017 - 00:00

Con un pie en el estribo Miguel Delibes deja discurrir los días resignado. Se sabe muerto como escritor. Así lo reconoce en el descarnado preámbulo con que abre la puerta de sus obras completas: «Aunque viví hasta el año dos mil… el escritor Miguel Delibes murió en Madrid el 21 de mayo de 1998, en la mesa de operaciones de la clínica de La Luz».

Así rezaba una de las últimas entrevistas al maestro Miguel Delibes que realizó para El Cultural del periódico El Mundo, Alberto Ojeda, a la sazón amigo y paisano, en el año 2007. En su entrevista, Alberto se encontró un hombre cansado, y cuya máxima aspiración era ya despistar al insomnio o los ginchonazos de la artritis que le tenía desvencijado, herido y derrengado: la vejez. Delibes, que había pasado el rubicón de un cáncer de colon, confesaba que su vida como escritor había desaparecido bajo la pesada losa de la mesa de operaciones. 
 

La imagen que tengo de él es sin embargo la de un hombre vivaz, de un cazador sencillo, entregado a una caza sin concesiones al artificio. Esencia de lo que es buscar, levantar y cobrar. Cuando leí Diario de un cazador tendría catorce o quince años. Mi padre, acababa de morir. Era uno de esos veranos calurosos, en los que aprovechaba las horas de siesta y el silencio de la casa de Albaladejo para leer. Tras la siesta, y el fogonazo del mediodía, solía ir al campo a trabajar, o simplemente a levantar caza y a soñar con los lances que había leído en aquella novela de Delibes. Las salidas cinegéticas eran, como casi todo por aquel entonces, clandestinas, mágicas y en muchas ocasiones la guinda a una tarde de faena en la oliva. La novela, premio nacional de literatura en 1955, me fascinó, en especial el cielo de los cazadores que el cura describe a un cazador moribundo en su lecho de muerte. 

Años más tarde tuve la fortuna de encontrar Los Santos Inocentes en casa de un pariente. Y después pude ver la adaptación de Mario Camus al cine. Quizá de sus novelas es esta la más universal, la más conocida fuera y dentro del mundo de la caza, gracias al cine y las soberbias interpretaciones de un reparto espectacular en el que estaban Agustín González, Paco Rabal como Azarías, Alfredo Landa como Paco el Bajo, o Juan Diego en el papel del señorito Iván. Los Santos Inocentes, Delibes y Camus, mostraron a toda la sociedad un retrato desolador de la realidad del campo español en la década de los cincuenta. Una sociedad feudal en pleno siglo XX, en la que unos seres humanos son para otros simples accesorios, nada, cuya existencia es para el señorito únicamente un medio de conseguir satisfacción a sus pasiones, en este caso, la caza y, cómo no, el sexo. Después vinieron Cinco horas con Mario y no hace mucho Diario de un emigrante, donde por cierto también se habla de caza. 

Delibes es uno de los grandes cronistas de aquella realidad rural española de la posguerra y la segunda mitad del siglo. A diferencia de Rafael Azcona y Berlanga, más tarde en la Escopeta Nacional, retrata en sus escritos las cosas tal cual son, simplemente desgarradoras para aquellos que no son el amo. Eso sí, con el mismo trasfondo de la caza y el ojeo de perdiz, casualmente, como en el guión de Berlanga, en una finca de Extremadura, y en un ambiente de cortijo. Los Santos Inocentes son también un compendio de caza: la paloma con cimbel, el ojeo, los conejos, el secretario, los pájaros… una delicia. 

La muerte de Delibes se esperaba, era inevitable como lo es la de cada uno de nosotros. Sin embargo, no puedo evitar un sentimiento de tristeza, de pérdida, de pesadumbre, como autor y sobre todo como cazador. Con Delibes se va una época, una cultura, y una forma de entender la caza. En aquella entrevista del año 2007, Alberto Ojeda terminaba preguntándole: 

— ¿Qué echa más de menos: la caza o la escritura? Si pudiera volver a una sola de esas dos actividades, ¿podría decantarse por alguna? 
— Cazaría por las mañanas y escribiría por las tardes. 
— ¿Qué le inspira la muerte? 
— Esperanza.
 

Pues eso. 


Publicado en Federcaza en abril de 2010