«… a esto se añade el ser capaz de méritos de caridad este ejercicio de la ballestería, disminuyendo en muchos animales la siega a las cosechas de los labradores, a cuyas hoces adelanta su hambre, y justiciando la voracidad del lobo el menoscabo de sus ganados, que como ladrón de los rebaños enteros asuela con hurtos». F. De Quevedo y Villegas (1644)
Hace años, bastantes, que escuchamos que existe una «falta de relevo generacional». Ya en 2008, de la mano de Ricardo Medem, Jesús Caballero y Pepe Madrazo, en la Federación Española de Caza, pusimos en marcha el llamado proyecto Beces, Becarios cinegéticos españoles. La Caza en la escuela fue otro bonito proyecto que desde la Escuela Española de Caza de la RFEC pretendía llegar a los niños para dar un mensaje positivo, o al menos neutral, de la actividad cinegética. Ninguno de estos proyectos, dieron el fruto esperado. Duraron lo que la alegría del pobre. Buenas ideas que se marchitaron.
Ha habido más iniciativas, todas bien intencionadas. El último intento (que a mí me entusiasma por original) ha sido el de la Federación Andaluza de Caza, que con un equipo de gente buena y bien avenida a la cabeza ha sido capaz de poner en marcha la campaña Mi perro es de caza, que pretende hacer llegar a los escolares los valores de la caza en clave positiva a través del adiestramiento del perro. La guinda a esta idea la ha puesto la firma de un convenio con la Junta de Andalucía para colaborar en la reinserción de menores condenados por delitos con medidas que acarrean privaciones de libertad en centros de la Administración —al ser menores no podemos hablar de penas—. Se trata de una idea original, creativa, rompedora, barata y que proyecta una buenísima imagen social de la caza. ¿Quieren mejorar la imagen de la caza? Pues he ahí una estela que se debe seguir.
En cuanto a las causas de que no haya jóvenes que se enganchen a la caza hay muchas. Cada vez que los medios se hacen eco de la cuestión se enumeran como letanías. Pero casi nadie menciona en ese rosario de agravios y causas variadas que la caza es cara. Si lo prefieren, no es barata. También hay muchas trabas administrativas. Un menor, hoy, para cazar tiene que pasar un examen para la licencia de armas, otro para la de caza, sacar un seguro, y gastar un dineral en ropa técnica, armas… Si además resulta que la caza menor ha desaparecido en la inmensa mayoría de España el resultado de la ecuación no puede ser otro que la desafección de la juventud a esto que nos apasiona.
Hay en este problema además una cuestión cultural de fondo que no podemos obviar: la despoblación del medio rural. El Instituto Nacional de Estadística anuncia que va a continuar en los próximos cincuenta años. De manera que el contacto de nuestros nietos con el medio rural en un entorno de desconexión social del agro será cada vez menor. Incluso en los pueblos (yo pasé parte mi juventud en uno) es difícil encontrar un hijo de cazador aficionado a la caza. Los pueden contar con los dedos de una mano mutilada. Y ello a pesar de que el movimiento cazador destina más recursos que nunca a promocionar su imagen la sociedad y se mueve.
Tampoco podemos olvidar que las opciones de ocio hoy son muchas y que mientras para jugar a futbol, ir al cine, correr o hacer yoga, uno no necesita prácticamente nada, para ir a una montería a Portugal (como a mi amigo Jesús le pasó hace poco) hace falta ilusión, un coche y cartera. Si además te engañan, para seguir cazando, la afición tiene que cimentarse en hormigón armado. Condenar al destierro a los organizadores sinvergüenzas es también un objetivo para que pueda continuar el relevo generacional. Apunten la idea.
Pienso que el número de licencias de caza seguirá bajando: el cambio social constante es imparable. Y eso, no es ni bueno ni malo. Es una pura cuestión de adaptación. La caza que conocemos no será la que realicen las próximas generaciones. Y seguro será para mejor. Estoy convencido de que, con el tiempo, limadas las aristas que aún existen, que hieren todavía muchas sensibilidades sociales (incluso la mía propia), la caza será una actividad respetada y valorada por la sociedad. El cazador fue siempre un tipo de prestigio, como explico en mi libro sobre la caza en El Quijote. Lo seguirá siendo. Será visto además como un auxiliar, un colaborador, un voluntario que con su afición y su oficio contribuye al bienestar social; los méritos de caridad de la caza a los que se refería Quevedo en su prólogo en El Arte de la Ballestería y Montería (1644).
Pero para eso falta mucho aún, y abundante trabajo por hacer. Muchísimo lastre que perder que nos hace caer y depreciar la valoración de nuestros activos en la sociedad. Muchísimo que pelear y construir.
Termino con un chascarrillo. En mi adolescencia vino al pueblo un grupo de rock que eran los NO. En sus camisetas, debajo del No, ponía No nos quieren. Iban vestidos de negro y renegaban de una sociedad que no los entendía. Yo siempre pensé que eran ellos a los que yo no entendía, al menos su música y sus letras, que a mis diecisiete años me resultaron un esperpento. En nuestra bancada leo y escucho mensajes que me recuerdan a los de los NO, rasgaduras de camisas, y gente cargada de razón… No puedo evitar que me recuerden a los NO.